¿Quieres saber si eres un padre bueno o brillante?

Algunos estaréis de acuerdo en aplicar los siete hábitos que recomienda el psiquiatra y psicopedagogo brasileño Augusto Cury en su libro “Padres brillantes, maestros fascinantes”. Otros, sin embargo, os sentiréis muy incómodos cuando leáis consejos como hablar a los hijos de nuestras propias tristezas y frustraciones para crear un vínculo paterno filial sólido y fuerte.

Este experto propone fórmulas muy novedosas para educar a futuros jóvenes felices, seguros e inteligentes, convencido de que ahora las nuevas generaciones están enfermas, son personas consumistas, pasivas y que han heredado pensamientos negativos. Pero todo puede cambiar, según Cury, a través de la inteligencia emocional y de la dinámica de los pensamientos.

Él propone siete hábitos para lograr que los hijos se conviertan en esos jóvenes felices partiendo de su relación con los padres. Y para eso los progenitores deben convertirse en padres brillantes: permitiendo que nuestro hijo nos conozca; alimentando la personalidad del niño; enseñarle a pensar; preparándole para las dificultades de la vida; dialogando con él; contándole historias que encierren hermosas lecciones de la vida y no rindiéndose nunca en su educación. Una máxima define toda esta filosofía: “Los niños no necesitan padres gigantescos, sino seres humanos que hablen su lenguaje y que sean capaces de penetrar en sus corazones”.

Estos son los consejos para lograrlo:

1. Los buenos padres dan regalos, mientras que los padres brillantes dan todo su ser. Los padres buenos hacen fiestas de cumpleaños a sus hijos, les compran zapatos, productos electrónicos... los padres brillantes les regalan sus experiencias, su tiempo, su historia... les permiten que les conozcan. 

Compartamos con nuestros hijos nuestras emociones, contándoles nuestras aventuras, nuestros sueños, nuestras frustraciones, los momentos más felices de nuestra vida, y también los más tristes... Es una forma de educar las emociones...

2. Los buenos padres alimentan el cuerpo, mientras que los padres brillantes alimentan la personalidad. No basta con alimentar físicamente a los hijos, de forma sana y equilibrada. También hay que alimentar la personalidad y ofrecer una nutrición psicológica. Los padres brillantes quieren enriquecer a sus hijos también con inteligencia y emociones.

Desarrollemos en nuestros hijos la capacidad crítica, así podrán elegir y decidir de forma libre. Alimentemos su inteligencia y transmitiéndoles entusiasmo, alejando el pesimismo.

3. Los buenos padres corrigen los errores, mientras los padres brillantes enseñan a pensar. No nos hagamos expertos en criticar una conducta inapropiada de nuestros hijos, sino en hacerlos reflexionar. Las reprimendas no funcionan.

Sorprendamos a nuestros hijos diciéndoles cosas que no esperan y reaccionando de forma diferente ante sus errores. Por ejemplo, si nos gritan, permanezcamos en silencio, relajados, y digámosles: “Nunca esperé que me ofendieras de esta forma. A pesar del dolor que me has causado, te amo y te respeto mucho”. Dejémosles reflexionar. Así sacudirán los cimientos de su agresividad.

4. Los buenos padres preparan a sus hijos para el aplauso, mientras que los padres brillantes les preparan para el fracaso y las dificultades de la vida. 

Estimulemos a nuestros hijos a tener metas, éxito en la escuela, en el trabajo y en sus relaciones sociales. Pero vayamos más allá: ayudémosles a no tener miedo de sus fracasos.

5. Los buenos padres hablan, mientras los padres brillantes dialogan como amigos. Dialogar es la forma de adquirir los hábitos anteriores. 

Por lo menos, una vez a la semana deberíamos dialogar con nuestros hijos: para que puedan hablar de sí mismos, de sus aflicciones, dificultades...

6. Los buenos padres dan información, mientras que los padres brillantes cuentan historias.

Seamos capaces, astutos y contemos historias a nuestros hijos de donde puedan extraer hermosas lecciones de la vida a través de las situaciones y cosas más simples. Las historias, los cuentos amplía el mundo de las ideas, ventila las emociones y diluye la tensión.

7. Los buenos padres dan oportunidades, mientras que los padres brillantes nunca se rinden aunque los hijos les desilusionen, cometan errores o se pierdan en crisis profundas.

Nadie se gradúa de la tarea de educar.