Un buen maestro:
- Escoge y elige sus batallas: lo que es realmente importante y una prioridad, o lo que no lo es.
- Rara vez se queda detrás de su mesa, y rara vez se sienta. Sabe que el verdadero trabajo se hace "en las trincheras", y por eso recorre el aula.
- No tiene miedo de pedir disculpas y admitir sus errores: sabe lo importante que es correr riesgos en el aula y que la toma de decisiones sobre las cosas nuevas, las innovaciones, que aporte al aula es una gran responsabilidad.
- Es reflexivo y se toma su trabajo como algo personal: cuando las cosas no salen según sus previsiones, se toma su tiempo para reflexionar y considerar formas alternativas... para la próxima.
- Es excelente conversador. Puede conseguir un aula llena de estudiantes debatiendo, con facilidad: es maestro de las preguntas y planteamientos que llevan al alumnado a un nivel superior de reflexión.
- Puede justificar y explicar sus decisiones a sus colegas, a las familias y a los alumnos. Nunca hace las cosas solamente porque "siempre se han hecho así".
- No se preocupa por lo "bien" que hace las cosas, por lo "duro que trabaja", sino por la calidad del aprendizaje de sus estudiantes y por cómo les ha ayudado a crecer. Es capaz de cambiar el enfoque y mantener la atención de sus alumnos, mostrando empatía.
- Espera y exige mucho a sus colegas: quiere ser parte de algo más grande que él mismo. Cree, firmemente, que a través de la colaboración puede lograr algo más.
- Siempre está buscando maneras de mejorar su práctica docente y perfeccionar las competencias profesionales; maneja las herramientas que realmente mejoran el aprendizaje del alumno y su éxito personal, académico y/o profesional.
- Valora, sobre todo lo demás, las relaciones con su alumnado: cuando los estudiantes lo necesiten, estará allí para aconsejarles y ayudarles hasta que no quede ningún otro recurso.
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