Erase una vez en un reino muy lejano, gobernaba un Rey muy terco y cabezota que no quería que ningún joven del reino se enamorara de ninguna de las hermosas muchachas que allí vivían.
El motivo por el que no aceptaba que los jóvenes se casaran con las jovencitas damas es porque pensaba que los buenos soldados de su reino serían más valientes y leales si se mantenían solteros y sin preocupación alguna por formar una familia.
Pero un bondadoso sacerdote llamado Valentín, ayudaba a los jóvenes enamorados a casarse a escondidas del Rey, proporcionándoles todo lo necesario para que fueran felices juntos. Así el amor verdadero era bendecido por el buen Valentín sin que el Rey se diera cuenta de lo que estaba sucediendo en su reino.
Durante mucho mucho tiempo, Valentín consiguió "burlar" el absurdo mandato del Rey hasta que un día, la hija del Rey, una bella princesa llamada Julia, se enamoró perdidamente del más valeroso y audaz soldado del Rey. Y lo mejor de todo, es que ese amor fue inmediatamente correspondido. Ambos jóvenes estaban completamente enamorados el uno del otro. Su amor era un secreto muy bien guardado, ya que el Rey no deseaba que su más fiel soldado tuviese la desfachatez de perder el corazón por amor.
La princesa Julia mandó llamar discretamente al ya anciano Valentín, y le rogó que le ayudara a casarse con el apuesto soldado. El amable sacerdote no pudo negar tal petición e hizo todo lo posible para que el feliz casamiento tuviese lugar sin que llegase a oídos del Rey.
Toda precaución fue poca, la boda se celebró con cautela y en la más estricta intimidad, pero el Rey se enteró y enfureció de rabia. Mandó apresar a Valentín que fue conducido a una oscura celda del castillo. Por otra parte, los recién esposados fueron castigados a estar separados por toda la eternidad. Encerró en su habitación a la princesa y desterró al noble soldado.
El Rey no encontraba consuelo en su desdicha, su querida hija y su mejor soldado le habían traicionado y ahora todos se hallaban hundidos en una profunda tristeza. La terquedad del Rey parecía no tener fin y a pesar de las súplicas de la princesita implorando su perdón, no lograba ablandar el corazón del Rey.
Valentín desde su celda propuso al Rey llegar a un acuerdo, él plantaría en los jardines del castillo un mágico almendro que protegería al Rey y a sus súbditos para siempre, y a cambio liberaría del castigo a la princesa y al soldado.
Aunque testarudo, el Rey, era juicioso y sabio, y conocía las mágicas virtudes del almendro de rosadas flores, así que no pudo negarse a semejante trato. Concedió el perdón a los tres condenados, así que Valentín plantó de inmediato un enorme almendro mágico en medio del jardín. La princesa y el soldado, los eternos enamorados, formaron una numerosa familia feliz.
Durante generaciones y generaciones regaron y cuidaron el mágico almendro que siempre les llenó de dicha, protección y felicidad.
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