A simple vista parece que será más fácil educar a un solo hijo que a más de uno, sin embargo, la simplicidad logística que supone educar a un hijo único redunda en una mayor complejidad psicológica: Educar a un hijo único puede resultar muy absorbente y estresante para los padres.
Tener un solo hijo tiene aspectos positivos no sólo para los padres sino también para el niño: más atención y recursos, mayor grado de intimidad con los padres…
Estas ventajas también conllevan riesgos: La atención exclusiva de los padres puede fomentar en el niño un concepto exagerado de su importancia y el apego puede crear dependencia emocional del hijo hacia los padres.
En cada familia la dinámica será distinta y aquí sólo hablamos de tendencias que se suelen presentar en los hijos únicos. A continuación encontrarás una descripción de los principales retos psicológicos a los que se enfrentan los hijos únicos y algunas pautas para afrontarlos:
El hijo único puede tener problemas para establecer su propia identidad diferenciada de la de sus padres. El instinto innato que tienen todos los niños de imitar y querer ser como sus padres y complacerles es mucho más acusado en el caso de los hijos únicos. Para fomentar su identidad propia debemos ir con cuidado y no elogiar en exceso los parecidos: Debemos fomentar la diferencia elogiando al niño desde muy pequeño cuando haya hecho algo “a su manera”.
Al no experimentar la rivalidad, las tensiones y concesiones propias de la convivencia entre hermanos, el hijo único puede presentar cierto grado de inmadurez emocional y preferir la compañía de adultos, o niños mayores o menores que ellos y evitar la compañía de niños de su edad. La convivencia obligatoria con niños de su edad que se produce en la escuela puede llegar a solucionar este problema. Para ello es conveniente que el niño se escolarice a los 3 años. Si observamos que, en el parque por ejemplo, el niño prefiere jugar con nosotros en lugar de jugar con los otros niños deberemos incitarle a que lo haga no jugando con él y fomentando las actividades de ocio en las que tenga que socializarse con otros niños de su edad: talleres, deportes, teatro…
La atención exclusiva que los padres prestan al hijo único tiene efectos muy positivos sobre la autoestima y la autoimagen del niño que pueden desbordarse y convertirse en una actitud egocéntrica. Para evitar esto debemos fomentar la autoestima y la autoimagen positiva del niño sin caer en exageraciones poco realistas dándole siempre y desde muy pequeños un feedback descriptivo (“¡Cómo me gusta esta flor roja que has pintado!” En lugar de “¡Qué bien dibujas, es la flor más bonita que he visto!”) junto con estímulos realistas (¡Te felicito, has sacado un 7 en matemáticas, a ver si el próximo examen puedes sacar un 8! En lugar de “!Tu eres el más listo de la clase y puedes sacar las mejores notas de la clase!”)
El apego entre los padres y el hijo único hace que el niño se sienta muy seguro y protegido y sienta las bases para una fuerte independencia a medida que el niño madura ya que bien llevado este apego hace que el adulto hijo único se sienta seguro también cuando no está con sus padres. El apego mal gestionado genera ansiedad en el hijo único cuando no está con sus padres. Para que el hijo herede solamente el lado bueno del apego debemos fomentar su individualidad con actividades que le diferencien de nosotros, fomentar que tome sus propias decisiones, fomentar que cuide de sí mismo: Desde muy pequeño podemos ir introduciendo actividades de autocuidado de las que se responsabilice el mismo como lavarse los dientes, hacerse la cama… Estás actividades se irán ampliando y complicando a medida que el niño crezca, tambien debemos permitir e incluso fomentar que el niño pase tiempo con sus amigos u otros niños de su edad.
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