Un niño obstinado, terco o caprichoso es el que no acepta órdenes, ni sugerencias, ni peticiones, ni consejos. Es un niño reacio a la obediencia y al cumplimiento de algunas reglas. A todo lo que les piden los padres, su respuesta es siempre negativa y su actitud rígida. En todo está en desacuerdo, y lleva la contraria. Es un niño impulsivo, que intenta conquistar espacio para su propia voluntad. La terquedad es la negativa a todo contacto humano mediante un retraimiento hacia sí mismo. Son, por ejemplo, los niños que se ponen "de morros" en un rincón porque no quieren recoger los juguetes, o por qué no quieren comer lo que le ponen a la mesa, o por qué no quieren jugar nunca a nada de lo que se les propone. El paso siguiente es la resistencia, es decir, las famosas rabietas.
Educar los niños en la obediencia
La obediencia, como cualquier otro valor, también se aprende en la educación. Si el niño no aprende a tener límites, desde la más temprana edad, cuando despierte su conciencia, no aceptará ningún tipo de límite y se convertirá en terco y obstinado.
Cuando el niño crece y sigue comportándose con actitudes no buenas, lo que antes parecía divertido para los padres, ahora les puede llegar a preocupar. Entonces el niño se preguntará: "¿por qué esto mismo antes les hacía gracia y ahora me castigan por ello?". Cuando los padres quieran ponerle límites, el niño sentirá que están siendo injustos con él. "¿En qué nos hemos equivocado en la educación para que nuestro hijo se haya convertido en un niño terco?" .
Es absolutamente normal que en unos periodos determinados, entre los 3 y 4 años de edad, el niño se muestre testarudo. A esta edad, el niño descubre su "yo" y con él su propia voluntad. El problema es cuando la terquedad persiste e invade otras etapas del niño.
Sugerencias para controlar y cambiar la conducta terca:
- Los límites son una llamada "al orden" de este impulso. Unos límites claros, aplicados con comprensión y paciencia, son necesarios para encontrar el equilibrio entre padres e hijos.
- No permitamos ni aceptemos la terquedad del niño. Si lo permitimos, ella se instalará para siempre en su vida.
- Diferenciemos la terquedad del enfado. Un niño, como cualquier otra persona, tiene el derecho a enfadarse, a no estar "de acuerdo", pero hay que evitar a que eso se transforme en una actitud tozuda y obstinada.
- Si nuestro niño es terco, que nosotros como padres no actuemos de la misma forma con él o entre nosotros mismos.
- No usemos la fuerza o el castigo físico para combatir la terquedad de los niños.
- Brindemos al niño con una educación basada en valores como el respeto, la paciencia, la bondad, la tolerancia, etc.
De nada sirve que nosotros, los padres, utilicemos la discusión, la autoridad desenfrenada, la humillación y el enfado para educar a nuestros hijos y luego exigirles lo contrario. Se debe educar con el ejemplo. Los niños necesitan de “espejos positivos” en los que mirarse.
- Debemos tener el mismo grado de exigencia en cuanto a nuestros hijos. La terquedad y la resistencia, bien encauzadas, tienen unos grandes valores. De todo niño sano debe esperarse resistencia cuando él cree que se merman sus derechos naturales. No pongamos límites a todo, pues cortaremos las alas a la imaginación y a la creatividad.
La vida pide personas que reclamen y defiendan sus derechos.
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