Puede que haya excepciones. Pero por lo general, no nos dedicamos a ridiculizarnos entre personas adultas. Sin embargo, en casi todas las reuniones donde hay niños, hablamos sobre ellos como si no estuvieran delante, comentando cosas que podrían pertenecer a la intimidad. (Y su intimidad de momento no es suya, depende de nuestra discreción).
También solemos convertirlos en objeto de comparaciones y competiciones "graciosas". Les pedimos que hagan o digan cosas que nos apetece mostrarle a los demás.
Los peques acceden o bien por obligación, ánimo de complacernos, costumbre de ser así estimulados habitualmente, aprendido, afán de protagonismo, etc...
No nos damos cuenta de que lo que nos parece una "broma inocente" para con los niños, jamás se lo consentiríamos a nuestra pareja, a nuestro jefe o a la vecina.
¿Por qué no nos merecen el mismo respeto los niños?
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