Al principio de los tiempos, los esquimales vivían en una noche sin final. Nunca había conocido la luz del sol, así que pasaban sus días en una oscuridad que sólo se compensaba con el débil brillo de las estrellas. Y, créeme, vivir así no es nada fácil: no podían alejarse demasiado de sus iglús para no perderse, no veían cuando se acercaba a ellos un animal salvaje, y lo peor de todo era el intenso frío.
Por eso, todos se sorprendieron cuando un anciano cuervo llegó a su pueblo y les habló de la luz del día. En el Sur, contaba el pájaro, disfrutaban de una claridad que podría mejorar mucho la vida de los esquimales. Así que el pueblo entero suplicó al cuervo que les trajera un poco de esa maravillosa luz. Éste estaba y a viejo y cansado, pero no pudo negarse a tanta súplica. Al día siguiente, el cuervo partió hacia el Sur.
Los días pasaron y, cuando los esquimales ya empezaban a perder la ilusión, un brillo hasta entonces desconocido apareció en el horizonte. La luz se fue acercando a ellos hasta inundarlo todo. El cuervo había vuelto llevando entre sus alas una bola de luz.
Los esquimales no podían creer el mundo de colores que estaban descubriendo: el blanco de la nieve, el verde de los árboles, el azul del cielo... Eso sí, el cuervo les avisó de que, debido a sus avanzada edad, sólo había podido transportar una bola de luz muy pequeña.
Los esquimales deberían dejar descansar la bola durante varios meses cada año, para que pudiera seguir funcionando. Por eso, en Alaska hay 6 meses de luz y 6 meses de oscuridad.
(Mito tradicional de Alaska)
(Mito tradicional de Alaska)
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