En la franja de 0 a 6 años parece que no tiene mucho sentido dialogar con nuestros hijos, pero sin embargo hay muchas formas de conversar para comenzar a educar a nuestros hijos desde la cuna y así tratar de evitar malas conductas.

A nosotros, los padres, nos corresponde la tarea continua de acompañar a nuestro hijo en el logro de su autonomía personal. Para ello no basta con que favorezcamos que se sienta bien consigo mismo y que se quiera razonablemente, sin olvidar que un exceso de mensajes positivos podría resultar en una persona "encantada de haberse conocido" que piensa que todo cuanto hace -aún lo malo- "está bien porque yo soy bueno".
Por eso, además de la autoestima razonable, hay que lograr la autoeficacia, que no es más que el despliegue de las propias capacidades y que resulta muy potente para prevenir comportamientos de riesgo. Se consigue animando a nuestros hijos día a día y estimulando su afán de superación, para lo que es preciso promover en ellos el esfuerzo, la constancia y la voluntad.
Nuestros hijos han de comprender poco a poco que pueden buscar la felicidad y el bienestar por sí solos. Si son autónomos y autoeficaces confiarán cada vez más en sí mismos para afrontar las dificultades y superarlas con éxito.
0-3 años
Los tres primeros años de nuestra vida son probablemente la etapa más importante en nuestra maduración. Desde que nacemos hasta que empezamos a gatear, exploramos el mundo desde nuestra cuna y aprendemos a ejercitar los cinco sentidos. También reconocemos, por el trato, si el ambiente es cálido, si se nos quiere, o si hay tensiones.

A los dos años el niño ya los comprende órdenes e instrucciones sencillas y domina unos 40 vocablos. Es el momento de estimularle a investigar por su cuenta sin que corra riesgos y de prestarle atención y afecto de forma continuada. Entre los 2 y los 7 años, el niño atraviesa una etapa egocéntrica en la que cree que puede manejar a su antojo el mundo entero, del que es el centro. Como no razona, el niño usa el llanto y las rabietas para conseguir sus deseos. No debemos tolerar este comportamiento, si excede ciertos límites, aplicando el castigo o sanción de forma instantánea sin vacilar, para que el niño comprenda que por ese camino no logrará más que disgustos.
3-6 años
En esta fase, el niño establece contacto con los demás y aprende como una esponja, su curiosidad es infinita. Por eso empieza a preguntar, y si el adulto no le ofrece respuestas satisfactorias acude al "pensamiento mágico", característico de esta edad y en el que se mezcla realidad y fantasía. Debemos asegurarnos de que el pequeño le quedan claras las cosas, bien se trate de normas, límites, acciones merecedoras de nuestra aprobación o respuestas concretas a sus preguntas.
Entre los 3 y los 4 años se adquiere el sentido de la propiedad, la distinción entre "lo mío" y "lo de los demás". Con ello el niño aprende a negociar de forma rudimentaria -trueque- y se abre una oportunidad para incorporar valores como la generosidad, el placer de compartir y el respeto a los seres vivos.
Desde los 5 años, el niño se relaciona con grupos más numerosos y disfruta de juegos con reglas creadas entre todos. Establece relaciones muy cambiantes con sus colegas de grupo y es el momento para que nosotros los padres les alentemos a relacionarse con sus iguales y se independice un poco de nosotros entrando en ambientes de juego distintos al de casa.
Entre los 5 y 6 años el pequeño tiene un gran concepto de sí mismo y se cree capaz de todo, aunque no es así. Por eso comienzan aquí las primeras batallas verbales con sus mayores: "¿por qué tengo que hacerlo yo?"; "déjame, no te necesito"; "cómprame, dame, tráeme" que expresan su necesidad de libertad aunque al mismo tiempo está muy apegado a nosotros los padres, cuya misión en esta etapa será estar alerta y concederle un poco más de libertad de acción sin perderle de vista. Con ello se llegará por fin a razonar con el pequeño los "por qué sí" o "por qué no".
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