En la franja de 0 a 6 años parece que no tiene mucho sentido dialogar con nuestros hijos, pero sin embargo hay muchas formas de conversar para comenzar a educar a nuestros hijos desde la cuna y así tratar de evitar malas conductas.
Desde que nacemos, las personas construimos nuestra autoestima y aprendemos a expresar bien nuestras emociones. Para ello nos apoyamos en el potente vínculo afectivo y comunicativo con nuestra madre, altamente beneficioso para que desde niños nos dotemos de una protección segura ante las futuras ofertas de comportamientos inadecuados.
A nosotros, los padres, nos corresponde la tarea continua de acompañar a nuestro hijo en el logro de su autonomía personal. Para ello no basta con que favorezcamos que se sienta bien consigo mismo y que se quiera razonablemente, sin olvidar que un exceso de mensajes positivos podría resultar en una persona "encantada de haberse conocido" que piensa que todo cuanto hace -aún lo malo- "está bien porque yo soy bueno".
Por eso, además de la autoestima razonable, hay que lograr la autoeficacia, que no es más que el despliegue de las propias capacidades y que resulta muy potente para prevenir comportamientos de riesgo. Se consigue animando a nuestros hijos día a día y estimulando su afán de superación, para lo que es preciso promover en ellos el esfuerzo, la constancia y la voluntad.
Nuestros hijos han de comprender poco a poco que pueden buscar la felicidad y el bienestar por sí solos. Si son autónomos y autoeficaces confiarán cada vez más en sí mismos para afrontar las dificultades y superarlas con éxito.
0-3 años
Los tres primeros años de nuestra vida son probablemente la etapa más importante en nuestra maduración. Desde que nacemos hasta que empezamos a gatear, exploramos el mundo desde nuestra cuna y aprendemos a ejercitar los cinco sentidos. También reconocemos, por el trato, si el ambiente es cálido, si se nos quiere, o si hay tensiones.
Entre los 16 meses y los 2 años pasamos por una fase de "omnipotencia" en la que sentimos dominio sobre nuestro pequeño mundo, padres incluidos. Cerca de los 18 meses ocurre un acontecimiento crucial: tomamos conciencia de nuestro propio yo como algo distinto a los demás. Son los albores de la autonomía para explorar por nosotros mismos el entorno que nos rodea. Aquí los padres hemos de poner los primeros límites con gestos de negación o mensajes verbales cortos, como "no", "no se toca", "cuidado", etc.
A los dos años el niño ya los comprende órdenes e instrucciones sencillas y domina unos 40 vocablos. Es el momento de estimularle a investigar por su cuenta sin que corra riesgos y de prestarle atención y afecto de forma continuada. Entre los 2 y los 7 años, el niño atraviesa una etapa egocéntrica en la que cree que puede manejar a su antojo el mundo entero, del que es el centro. Como no razona, el niño usa el llanto y las rabietas para conseguir sus deseos. No debemos tolerar este comportamiento, si excede ciertos límites, aplicando el castigo o sanción de forma instantánea sin vacilar, para que el niño comprenda que por ese camino no logrará más que disgustos.
3-6 años
En esta fase, el niño establece contacto con los demás y aprende como una esponja, su curiosidad es infinita. Por eso empieza a preguntar, y si el adulto no le ofrece respuestas satisfactorias acude al "pensamiento mágico", característico de esta edad y en el que se mezcla realidad y fantasía. Debemos asegurarnos de que el pequeño le quedan claras las cosas, bien se trate de normas, límites, acciones merecedoras de nuestra aprobación o respuestas concretas a sus preguntas.
Entre los 3 y los 4 años se adquiere el sentido de la propiedad, la distinción entre "lo mío" y "lo de los demás". Con ello el niño aprende a negociar de forma rudimentaria -trueque- y se abre una oportunidad para incorporar valores como la generosidad, el placer de compartir y el respeto a los seres vivos.
Desde los 5 años, el niño se relaciona con grupos más numerosos y disfruta de juegos con reglas creadas entre todos. Establece relaciones muy cambiantes con sus colegas de grupo y es el momento para que nosotros los padres les alentemos a relacionarse con sus iguales y se independice un poco de nosotros entrando en ambientes de juego distintos al de casa.
Entre los 5 y 6 años el pequeño tiene un gran concepto de sí mismo y se cree capaz de todo, aunque no es así. Por eso comienzan aquí las primeras batallas verbales con sus mayores: "¿por qué tengo que hacerlo yo?"; "déjame, no te necesito"; "cómprame, dame, tráeme" que expresan su necesidad de libertad aunque al mismo tiempo está muy apegado a nosotros los padres, cuya misión en esta etapa será estar alerta y concederle un poco más de libertad de acción sin perderle de vista. Con ello se llegará por fin a razonar con el pequeño los "por qué sí" o "por qué no".