Hay una escena que tiende a repetirse en mi vida últimamente con relativa frecuencia. Soy invitado por alguna cámara de comercio, asociación de empresario o Administración local a dar una charla sobre mi experiencia personal, tanto de emprendedor como de inversor privado. Allí suelo encontrarme con políticos y, por lo general, intercambio algunas palabras con ellos.
Cierto que algunos solo están allí para figurar en la foto, pero otros, los que muestran interés y preocupación por la actividad de sus municipios o comunidades autónomas, coinciden en lanzarme un mensaje claro: "¡Anímalos a emprender!". Mi respuesta, sin embargo, es siempre la misma: esa no es mi función, ¡contrata a un animador socio-cultural para eso!
A través de mis libros, cursos, conferencias y mi actividad diaria en blogs o en Twitter, me dedico a compartir mi propia experiencia. Quizá para algunos pueda resultarles inspirador, y les ayude a convertirse en empresarios algún día. Sin embargo, otros se darán cuenta que eso no está hecho para ellos. Es precisamente de estos últimos de los que me siento más orgulloso.
Si una persona siente la llamada de la selva, dará igual lo que yo pueda decir o escribir, dará el salto sin pensarlo. Pero cuando una persona se pone en contacto conmigo y me dice que, tras escucharme o leerme, se ha dado cuenta de que emprender no es verdaderamente su meta, siento que he hecho algo útil: he colaborado a que no cometa un error que podría haberle costado caro. No soy un talibán del mundo de la empresa. En mi opinión, cada uno ha de tomar el camino en el que pueda sentirse realizado.
Sin embargo, hay una excepción a todo esto que digo. Hay un caso para el que siempre estoy dispuesto a animar y estimular el espíritu emprendedor: con los niños.
No nos engañemos. Una vez adultas, las personas somos como somos, difícilmente podremos cambiarnos de la noche a la mañana. Quizá podamos formarnos más, estimularnos más o profundizar en determinados aspectos de nuestra personalidad, pero no mucho más. Los niños, en cambio, son esponjas creativas, y por ese motivo es el momento ideal para enseñarles las alternativas que pueden encontrar en su futuro, para estimular el "gen emprendedor" que todo llevamos con nosotros.
Es en ese momento, y sobre todo con alumnos menores de 16 años, cuando deberíamos fomentar la potencialidad emprendedora. No con el objetivo último de crear empresarios, para nada. Sino con el fin de hacer crecer en ellos su espíritu emprendedor, activo, arriesgado...
¿Qué podemos hacer por los más pequeños para estimular ese espíritu emprendedor?
Sin duda, lo primero es ayudarles a seguir siendo niños. A ser creativos, a probar cosas y ser imprudentes. A que nos les importe equivocarse y seguir probando.
No reñirles por sus errores y estimularles a intentarlo de nuevo. De esta manera la sociedad en la que vivimos, con una arraigada cultura de intolerancia al error, no podrá lavarles el cerebro y quitarles lo que ya han aprendido. Cuando un niño se equivoca resulta crucial que los padres no le solucionen la papeleta, sino que, lejos de arreglarle su problema, le incentiven a probar de nuevo y a resolverlo por sus propios medios.
Es muy importante enseñarles a marcarse metas en la vida. En el mundo en que vivimos hay muchas más personas "a la deriva" que personas "con objetivos marcados". Quizá a las primeras les va bien y son felices, pero en mi opinión aquellos que se marcan metas y se esfuerzan por cumplir sus objetivos disfrutan más del camino y, por lo tanto, también de los éxitos.
Desde niños hay que enseñarles el valor de las cosas. Deben ser conscientes de que todo cuesta un esfuerzo y aprender a aprovecharlo. Deberíamos comprar a nuestros hijos dos pelotas de fútbol: la primera para jugar hasta destrozarse los zapatos, la segunda para alquilarla.
En un excelente artículo titulado "¿Por qué los niños españoles no pueden vender limonada?", Francisco Javier Inaraja, Redactor Jefe de la revista 'Emprendedores', explica de forma muy gráfica la diferencia existente entre la cultura mediterránea y la anglosajona, que tanto promueve la actividad y el emprendimiento desde los primeros años de edad. Mientras que en otros países incentivan esa mentalidad, en los países mediterráneos y latinos reaccionamos de otra forma: "¿Les habrán dado permiso?","¿Con qué estarán haciendo la limonada?","¿Qué irán a hacer éstos con el dinero que ganen?","¡Menudos listillos!".
Los chicos deben aprender a aprovechar las oportunidades, y tienen que ser recompensados por ello. En cierta ocasión asistí a una conferencia en la que el conferenciante sacó de su bolsillo un billete de 10 euros y preguntó en voz alta:
- ¿Quién lo quiere? ¡Que se levante!
Menos del 10% del auditorio hizo el ademán de moverse. La mayoría de las personas ven pasar las oportunidades delante de sus narices sin la más mínima intención de ir a por ellas. En ellas se mezclan la pasividad, la incredulidad y la vergüenza. Si entras en una clase de niños de 10 años y preguntas quién quiere un paquete de chicles, estoy convencido de que habrá tortas, te pisotearán y se abalanzarán sobre ti. ¡Ésa es la actitud que se precisa!
¡No hipotequemos el futuro de los niños aun más! ¡Dejemos que crezcan libres de nuestros límites!
Empresario e Inversor Privado en empresas de carácter innovador, Vicepresidente de la AIEI, autor de 'Desnudando a Google' y 'Ha llegado la hora de montar tu empresa' |
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Caracol Miricol te da las gracias por tu comentario.